El Peso del mundo es un libro de Peter Handke que me cautivó hará unos diez años. Ahora, simplemente no lo puedo levantar ni para sacarle el polvo. El peso de mi mundo me agobia lo suficiente como para pasearme por los infiernos ajenos. Pero no me privo de la crudeza de Sofi Oksanen de Purga o Cuando las palomas cayeron del cielo. En verdad tomo prestado el sintagma de H para pensar en el Peso. No tiene nada que ver el Cansancio pensado también por Peter, sino del uso discrecional del lenguaje. Entonces, a medida que crezco y a mi edad sería conveniente decir, decrezco, voy sintiendo el peso no ya del mundo sino de las palabras. Y las frases que me sacan del sueño: bla bla bla. Ante eso no queda otra que hacer una especie de batucada mental para desalojar la idea que desaparece como una culebra ante el avance de los tambores. Esos tambores son de guerra. Una guerra interna con el lenguaje. Uno se ha predicho poco amablemente desde que escuchara los designios familiares. ...