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PdN

Puedo afrontar cualquier eventualidad con la billetera vacía y los pies hinchados. Sé lo que es surfear la dificultad diaria y mensual  y estoy entrenada para caminar dormida sin perder la orientación espacio temporal . Pero lo que no puedo afrontar con entereza es el repaso de un álbum de fotos familiar. Algo tendrán porque mi madre se recortaba a sí de las fotos bajo el pretexto de salir mal . Y no queda ninguna foto mía de infancia, porque según ella las rompí todas. Cuando mi hijo era pequeño sacar fotos era una decisión técnica,.  Encontrar la cámara, buscar luz, y llevarlas a revelar. La operación era similar a escribir la carta. Uno podía enviarla o no. Muchas veces escribía una carta solo para ordenar mis pensamientos respecto del ausente. Creo que con la fotografía analógica me pasaba algo similar. Sacabamos fotos compulsivamente, siempre con el deseo de perpetuar el momento, las personas, el cariño, la ternura. Pero luego no me atrevía a verlo materializado en el papel de fotografía. Aun conservo rollos sin revelar y las fotos reveladas están guardadas  en dos carpetas o álbumes gigantes. Uno quedó para mí, el otro para él.


Están las fotos de antes del nido y las fotos de la nidada.  Un viento sale de esas fotos. Y las imágenes mentales se multiplican, asociadas a sonido, sabor, textura, ternura , enojo. Algo parecido al llanto contenido se traba en la zona de la garganta pero como ya no lloro, queda ahí como una mosca atrapada entre la cortina y el vidrio. Una voz minúscula reprocha mi desorden perpetuo respecto de las cosas. Pero lo que arrasa como un huracán es la convicción de que aquello que se capturó por la cámara, nunca fue vivido  tal como es recordado.

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