La abrazaba tan fuerte que le sacaba el aire. y terminaba dormida. Era tan calentito y arrullador estar confiada en los brazos de alguien que decía amarla por encima de todo y para toda la eternidad. Eso provocaba un efecto narcoléptico. Era como ya está. Se terminó todo. Estoy muy bien así. Mejor me duermo. Mejor no hablo. Mejor no hago nada a ver si destruyo este momento idílico con una palabra que le disguste. Con un hecho que haga demasiada distancia entre lo que él piensa y lo que en definitiva pienso yo. Por eso se quedaba calladita, arrulladita como un cachorro desamparado. Porque ese abrazo le hacía sentir agradecimiento. Mirá que afortunada que sos que me tenés a mí que te quiero tanto. Y así su sistema de atención se iba debilitando. Se replegó en un estado mitocondrial solo necesario para seguir respirando. Todo lo hacía por ella. Y eso la alejaba de sus propios sueños. Lo malo que de tanto dormir empezó a tener pesadillas.
Lo veía llegar cargado con las bolsas del supermercado para llenar la heladera. Rápidamente, desenfundar el cuchillo de cortar carne para hacer un estofado, con zanahorias y cebolla de verdeo. Un toque de malbec y mucho malbec en las copas. Mirábamos el cambio de estación desde el ventanal y soñábamos con envejecer juntos. Yo dije que sí a todo pero dudando sobre lo de envejecer. No quiero estar para eso. Después comíamos vorazmente como si hubiéramos salido de caza y teníamos que acumular esa carne en los músculos para poder hacer frente a un invierno crudo a la intemperie. Malbec nos ponía contentos. Yo veía todo más hipermétrope . Había algo de distorsión en el futuro también. Las ollas quedaban sucias para el otro día. Las hornallas pedían un poco descanso. La mesa vestida con un mantel que ni ella reconocía en su memoria de mesa. La noche se hacia de día. Eran columnas de luz heridas por el fósforo de la petroquímica. Me ponía la placa de bruxismo y me ocultaba en un edredón inver...
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