te despido hasta mañana
te quiero,digo.
Te quiero
manito dedos gordos
que veo todavía manito
dedos gordos
dientes de conejo
mundo de peces.
Cuando eras muy chica
y apenas hablabas hiciste un libro
que llamaste Pez de peces.
Me veías escribir algo así como peces de agua
y soplar burbujas en el parque
contar hojas de gramilla
horas y horas de vuelo
en la plaza.-
Te alimenté con leche
y te di mucho calor
y caminé una horita nada más
con tu cara a mi lado como en una nube de historieta.
No te podía desprender o la placenta
nos englobó años y años
después.
Te crecieron los dientes y perdí todos los dientes en una pesadilla
en la que se me desarmaba la cara
como un médano arrasado por la sudestada.
Vértebra a vértebra acomodé el raquis
comí raíces . El amargor de los yuyos te hace fuerte.
Nada de dientitos de leche. Para cazar hay que tener
colmillos y una lanza afilada.
Olvidé perder un conoide que todavía hoy me duele.
El mismo que tiene mi madre enganchado con un puente de platino
al maxilar superior. Todas las mujeres descendientes
de italianos tenemos ése conoide que duele en la vejez.
Será un relicto de la falta de calcio por la guerra.
Un residuo de infancia en la risa seca de la adultez.
No lo sé.
*
No comí la placenta. No. No tuve ése comportamiento
bizarro en la sala de parto. Pero sí recuerdo que lamí tu
cara. Creo que del lado derecho. Y dejaste de berrear.
Y yo entré en una larga ruta de confusiones
Es así la placenta involuntaria
que nos alimenta el espíritu
porque la madre no deja de serlo como el bebé tampoco.
Aunque llegue a morir habrá una fibra de lana blanca
y un recuerdo en glóbulo rojo: sangre de mi sangre
será por siempre. De éso se trata la trascendencia.
He sido egoísta. Hasta mañana. Te quiero.
te quiero,digo.
Te quiero
manito dedos gordos
que veo todavía manito
dedos gordos
dientes de conejo
mundo de peces.
Cuando eras muy chica
y apenas hablabas hiciste un libro
que llamaste Pez de peces.
Me veías escribir algo así como peces de agua
y soplar burbujas en el parque
contar hojas de gramilla
horas y horas de vuelo
en la plaza.-
Te alimenté con leche
y te di mucho calor
y caminé una horita nada más
con tu cara a mi lado como en una nube de historieta.
No te podía desprender o la placenta
nos englobó años y años
después.
Te crecieron los dientes y perdí todos los dientes en una pesadilla
en la que se me desarmaba la cara
como un médano arrasado por la sudestada.
Vértebra a vértebra acomodé el raquis
comí raíces . El amargor de los yuyos te hace fuerte.
Nada de dientitos de leche. Para cazar hay que tener
colmillos y una lanza afilada.
Olvidé perder un conoide que todavía hoy me duele.
El mismo que tiene mi madre enganchado con un puente de platino
al maxilar superior. Todas las mujeres descendientes
de italianos tenemos ése conoide que duele en la vejez.
Será un relicto de la falta de calcio por la guerra.
Un residuo de infancia en la risa seca de la adultez.
No lo sé.
*
No comí la placenta. No. No tuve ése comportamiento
bizarro en la sala de parto. Pero sí recuerdo que lamí tu
cara. Creo que del lado derecho. Y dejaste de berrear.
Y yo entré en una larga ruta de confusiones
Es así la placenta involuntaria
que nos alimenta el espíritu
porque la madre no deja de serlo como el bebé tampoco.
Aunque llegue a morir habrá una fibra de lana blanca
y un recuerdo en glóbulo rojo: sangre de mi sangre
será por siempre. De éso se trata la trascendencia.
He sido egoísta. Hasta mañana. Te quiero.
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