Desde la pedagogía se insiste mucho en la cuestión con los límites. Pareciera que durante los primeros veinte años te enseñaran a lograr una cierta felicidad de corral para después, cuando el mismo sistema te arroja al mundo, algunos se divierten y otros se dedican a fabricar sus propios corrales ad hoc.
Yo no pertenezco a ninguna de las dos categorías. Pero de algo estoy segura: poner mesas, platos, copas, cubiertos , servilletas, mantelería, cortinas, no es para mí. así como no cultivo el brillo extremo e imposible de mantener si no es donando una vida entera al pulido. Detesto los horarios para comer y su parafernalia. Para mí la cosa es quitarse el hambre para seguir en lo que estaba. Aunque esté en mi casa todo el día circulo por estaciones o postas no fijas de rápida resolución.
Para mí los horarios son infernales. Cuando sé que tengo que cumplir un horario empiezo a dar vueltas en una jaula temporal. Prefiero salir corriendo con tiempo al límite, para mi sorpresa casi siempre llego puntual porque no destino mucho tiempo a la preparación. Nada de afeites ni maquillaje. Lo que tengo puesto y como estoy. Por ahi me voy arreglando el pelo en el camino (la edad me ha obligado a comprarme un peine de bolso para acomodarme si me veo en el espejo del ascensor y/o vidriera) así como un tapa ojeras que debe andar en el fondo del bolsa, vencido seguramente. Me voy armando en el camino como si además me armara de coraje para salir al mundo donde seguramente, no encajaré por mucho tiempo.
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