Saber que estaba vivo respirando sobre la corteza terrestre, daba sentido a mi existencia. Me levantaba de buen ánimo y pensaba en posibles muestras de amor o lo máximo que haría para comprobarme a mi misma el amor que sentía por él. Vengo de tradición católica con lo cual el papel del Sacrificio no podía faltar: dar la vida por él en un incendio. Había leído que Santa Catalina de Siena lamía las férulas de los moribundos para demostrar su rendición cristiana. (si eso no es amor romántico , ¿Qué lo sería? )
Por supuesto, en esa época yo no formaba parte de la existencia de nadie, mucho menos de ese paquete hermoso de músculos y cerebro. Lo que más me atraía era su versatilidad en matemáticas. La ductilidad para moverse entre los números imaginarios y las tangentes y la capacidad de expresarse en integrales y derivabas ejercían un poder erotizante comparable a los rituales pornos de Nina Hartley . Y ese don pitagórico me elevaba a la cima de un deseo, en ese entonces absolutamente proyectado en la sutileza de la abstracción amatoria. Nunca entendí como hacer una división de dos cifras. Será entonces que quien me arrastrara al lecho amatorio, tendría que ser al menos un docto en la materia.
Aquí estoy tratando de descifrar aquello que me introdujo en la esfera sentimental de la vida. Como he dicho, no soy romántica pero un par de ideas superadoras irrigan mis partes bajas como un bidet. En fin. Ya no soy tan optimista. Las ideas ya no estarían circulando del mismo modo o son de tránsito lento.
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