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partes de una novela

no recuerdo bien los detalles y aunque pudiera ningún recuerdo brilla tanto como la reconstrucción. Le agrego altura y color como si fuera una montaña de humanidad que tenía que atravesar con el cuerpo como si fuera un río rompepiedra o tal vez una morrena glaciar que va haciendo su propio lecho a fuerza de perseverar. Emanaba un brillo que solo lo da la creencia de que ese ser es brillante. Tan inteligente y perfecto como la encarnación del sueño de bienestar.
Los veranos de aquella época terminaban bien entrado marzo. Cuando las liebres y comadrejas corretean confianzudas por el jardín suponiendo que la casa ya había sido abandonada hasta diciembre que viene. Eramos una tribu que levantaba sus vituallas y corría por la ruta 3 hasta el campamento de invierno. Había que hacer cosas tan horrendas como terminar el ciclo educativo, aprender a socializar y demás.
Después de los fallidos bailes, me quedaba sola en el jardín esperando que apareciera con su cabeza castaña y su silueta enorme. A mí me encontraba tomando café en una taza azul. Era un tazón mejor dicho. Mis abuelos habían equipado la casa con toda la vajilla remanente. Esa taza azul, honda y generosa me habilitaba un café largo hasta bien entradas las siete de la mañana cuando el camión de la soda empezaba a hacer ruido con su caño de escape por la calle Traful

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