Hacer limpieza general es un concepto casi militar. Es arrasar con aquello que ha quedado quieto y oculto de la mirada inquisidora que juzga utillidad, género, tiempo de adquisición. Como toda inquilina tengo la espada de Damocles de la mudanza así que si el mercado lo señala me tengo que ir de la casa que habito y he de buscar sitio para mi cuerpo y mis cosas, con lo cual la quietud de los trastos se ve sacudida cada cierto tiempo. Tenía una invasión de cucarachas hospitalarias como llaman a las chiquitas como hormigas y llame a un fumigador . De las bajas necesarias puedo contar con dolor: mis libros fotocopiados que arrastrados mudanza tras mudanza terminaron en la cajonera de la cocina oficiando de incubadora de cucarachas, un cuaderno con anotaciones y dibujos de mi hija (un espanto siento que no volveré a ver a mi hija de cuatro años, cosa que es verdad porque tiene 19), negativos de fotos que nunca me atreví a revelar.....
Limpié uno por uno los frascos de especias, los platos, cubiertos, botellas, cajones. Me comprometí a contratar a alguien que se ocupe de la limpieza gruesa sin entrar en prurito de clase ni pagos exorbitantes para purgar esa desagradable sensación de estar esclavizando a alguien que se gana la vida limpiando. Ganarse la vida también me suena horrible, como si la vida fuera un premio y no un derecho. La limpieza de la casa, la casa en sí, la propiedad privada, la propiedad alquilada, las garantías, los electrodomésticos, los adornos, lo que se acumula sin razón conciente, todo ésa galaxia que entra en un mueble, me confronta con cosas imposibles. Es un punto ciego del inconciente. Me lleva a preguntarme qué hice de mi vida con lo cual lo de las cucarachas hospitalarias pasa a ser un detalle menor. Es la vida simplemente que se multiplica sin pedir ni dar explicaciones.
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