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heridas de una guerra atea

hubo un momento en que dejé varada a mi hermana  en medio del juego. Armábamos la casita con todo entusiasmo. Diseñábamos los espacios y los marcabamos con almohadones. Podía ser en una pieza cerrada o en el patio en medio de las plantas. Tirábamos telas y armábamos carpas en medio de los malvones y estrellas federal . Llegó un momento en que la fase verdadera del juego se agotó  en el diseño y cuando llegó  el momento de habitar la casa le dije: y si jugamos mañana. Ese momento fue fatal para las dos. Para ella porque se quedó  sin partenaire y para mí porque experimente por primera vez la falta de Fe. Ya no creía en el juego. Ya no creía en la magia, ya no creía.
Como un disfraz que deja al descubierto al actor fui cayendo y cayendo de personaje en personaje. En el momento del amor empecé a replicar el si jugamos mañana pero en clave ya no juego más de repente y sin mayores explicaciones. El compañero quedaba desconcertado y yo pasado el momento de la euforia de una gesta liberadora, también desconcertada, sola y herida porque ese traje caído, era una especie de traje de novia y sabemos las mujeres que se nos va la piel en los noviazgos.
Me digo y me repito: no creo en el amor. Pero, sé que volveré a necesitarlo. Al menos diseñar un espacio de a dos. Que se yo. Estoy herida y no puedo decir bien porqué.

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