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Antropóloga a la fuerza

iluminar pero iluminar bien
que no digan que no estaba
claro. Cuando aprendí a leer
miraba el mapa físico con tensión
erótica. El mar de las Antillas
me cortaba la respiración.
Madagascar no era una película
era el lugar que conocería sí o sí
antes de morir.
Las barreras de coral
rosa chicle, hasta que se transformara
en categoría de color, eran
sitios llenos de parientes microscópicos
en casas con vista al océano que vivían
todos juntos y con felicidad.
Las cartas de Margaret Mead
me sumergieron en un sitio
donde la gente tomaba kava, algo similar
al café.
Las mujeres de tetas triangulares me
daban sensación de hambruna
pero, esos cuerpos escariados y
llenos de arcilla culminaban en una sonrisa
de dientes anchos y pensé: la felicidad es la desnudez.
Luego aprendí que éso no tiene que ver ni siquiera con la
autopercepción. Está codificado como el pago
de ganado por kg vivo de mujer. A nadie
en ésas fotos parecía importar
 el concepto de amor cortés.

.
El avunculado vino a introducirme
lo sabido en el campo: no te metas con mi hermana
y que los pueblos menos complicados en su mobiliario
son alambicados en su proceder.
Hay gente que danza con la muerte
y da vuelta el río para encontrarse
con sus ancestros.
El canibalismo un acto de fe.
Libertad individual, no es un divino tesoro de la humanidad
La filiación es tan necesaria como el oxígeno.
Palabras que me llevaban a una extranjería
elegida para enfriar el contexto
y organizar la cosa.
El silencio un gran poema embarazado.

En fin. Aprendí.

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