el amargor del mate que a una la despierta y la ayuda a ordenar las cosas que caen sobre la cabeza en un listado sideral de cosas que debe hacer. El imperativo es tu invento. Si son cosas que la humanidad ha repetido cientos de veces en miles de años. Riega las plantas. Quién lo hará si no ella. Acomoda los papeles. Hay un intersticio por el que se ve a sí como una maquinita. Pero también como la silueta desnuda en el bolígrafo porno de su abuelo. La desnudez es interna. ¿De qué color somos por dentro? no hay color porque no hay luz. Mejor enviar todo el aire a las caderas que son las que hacen fuerza. La cabeza no sirve más que para incubar la inercia aspirante a ciénaga. Falta poco, se dice. Falta poco. Todo transpira.Se baña en sudor: la gran comunión urbana. El sudor de todos los que van hacia la fuente por las autopistas a decir: estoy aquí, es verdad. Tiene la sensación de que ha perdido algo para siempre. Una condición. Ser igual a todos podría llevarla a mezclarse definitivamente en la pasta asfáltica y sin sentido ya no sentir. Pero siempre en la masa hay un grano que rompe y de la cristalografía, surge un fenómeno, los pies en la tierra . Se llama . Los pies en la tierra.
Lo veía llegar cargado con las bolsas del supermercado para llenar la heladera. Rápidamente, desenfundar el cuchillo de cortar carne para hacer un estofado, con zanahorias y cebolla de verdeo. Un toque de malbec y mucho malbec en las copas. Mirábamos el cambio de estación desde el ventanal y soñábamos con envejecer juntos. Yo dije que sí a todo pero dudando sobre lo de envejecer. No quiero estar para eso. Después comíamos vorazmente como si hubiéramos salido de caza y teníamos que acumular esa carne en los músculos para poder hacer frente a un invierno crudo a la intemperie. Malbec nos ponía contentos. Yo veía todo más hipermétrope . Había algo de distorsión en el futuro también. Las ollas quedaban sucias para el otro día. Las hornallas pedían un poco descanso. La mesa vestida con un mantel que ni ella reconocía en su memoria de mesa. La noche se hacia de día. Eran columnas de luz heridas por el fósforo de la petroquímica. Me ponía la placa de bruxismo y me ocultaba en un edredón inver...
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