cuando uno sale a hacer las compras en un barrio hay dos cosas inevitables: saludar y pagar. Me encontré con la peluquera . Se detiene en mi cabeza. No podría decir que me mirara de arriba a abajo porque se detuvo en mi cabeza. Le pregunto tenés abierto hoy? si, a partir de las tres.
La mirada punitiva de la peluquera es peor que la de una directora de escuela de las de antes. O de la inspectora: chicos, mañana viene la inspectora, nos decían de la directora a las maestras, como para descargar sus ansiedades. Bueno. Llego a casa y me miro: efecto 220 o tormenta de almohadas. Tengo el pelo lacio pero por algún entuerto onírico se me enredó y yo confiada en la capacidad autopeinante de mi cabellera, salí así nomás a la calle. Le reclamé a la niña de 13 años. Me miró con indiferencia: jajajaa. Es que no te planchás el pelo, qué querés! ya no estamos hablando de peine sino de planchas químicas.
Pongamos las cosas en orden .
Pongamos las cosas en orden .
En mi casa hay dos objetos que se usan sólo por necesidad y urgencia: la plancha y el peine.
A mi hija cuando era chica el abuelo le regaló una plancha de plástico y dijo: holaaaa? clarísimo, para ella era un teléfono. Ahora alguien tuvo el tino de traerse la plancha propia e hija está viendo la diferencia. Creo que salir planchado y peinado y con pilcha de marca es garantía de confianza. Así de trastocados están los valores, en este país, que ahora encima de Reina tiene Papa. En fin.
Estoy un poco nerviosa por exámenes que no tengo que dar pero es como si. Las neuronas espejo están a full. Se viene la ruleta rusa emocional de las festichotas de fin de año. Y entre saqueo y festejos es difícil mantener la precaria coherencia interna. Pero como he experimentado tantas veces, el blog ordena la azotea mejor que un psicólogo y es gratis.
Salute. y sigamos apostando el cambio: viene con peine y plancha, por ahi quien te dice y me visto a lo Cocó.
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