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infancia en los 70 cerca de la estación Dorrego

Hace una vida.

Eramos pequeñas y confiadas. Creíamos en el futuro. Todo era posible.. Teníamos como modelo a mujeres tostadas con zapolán y guardapolvos blancos. Las maestras se reunían para hacer copias con Hectógrafo. Leíamos Selecciones con voracidad. Yo, toda la colección de amarilla y lo que cayera.No había mucho para distraerse. Las lecturas eran un terreno fértil. Queríamos ser grandes y por un rato nos escapábamos.
La soledad nos llevaba a estar muy cerca de la locura. Yo me creía más grande y seguramente un poco loca. Pero era un orgullo ser diferente. Hoy ser diferente no es ningún privilegio.

Para qué creer

Si todo es mentira. Otra vez evaluando si lo que se hizo estuvo a la altura de las expectativas proyectadas. La mediana edad es el segmento absolutamente desechable  de la curva. Conciencia de castración que le llaman. Mirá que hacer del pene un organizador universal del psiquismo. Qué atrevimiento. Me pregunto por qué ahora que soy grande y puedo responder las preguntas no hay donde buscar respuestas.

La vida en las lagunas siempre fue mi idea de la felicidad. Debe ser porque el paisaje sonoro de infancia provenía de una zanja cercana a mi domicilio y en afán de embellecer las cosas yo fantaseaba con prístinos cuerpos lacustres. En los lagos todo es perfecto.Reminiscencias de paisajes glaciarios. Los magníficos glaciares han cavado esos lechos desmesurados donde la nunca recostada  en una piedra, imagina lo insondable. El agua helada no facilita las cosas para los seres vivos. La quietud es la quietud de lo inanimado. 

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