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sin título porque no hay palabras

no creo que sobrevivan las cucarachas. Tampoco creo en Dios, ni en la sonrisa de un niño. No creo en nada. Me voy a dormir amargada. Como si hubiera tomado un café jugo de paraguas en una devaluada oficina de Violencia de Género. Dicen que los hombres no saben lo que quieren las mujeres. Las madres jamás sabremos lo que quieren los hijos. Y como las madres criamos a hombres y mujeres, imaginen la incertidumbre.

Criar a otro ser humano es reeditar la propia historia. Es ver la película miles de veces. El disco rayado miles de veces. El dolor en la llaga miles de veces. Por ahí un abrazo o una risa inesperada cambia el rumbo de las emociones y somos felices. Por un ratito. Pero cuando la madre está dañada, sencillamente hay un agujero por donde el hijo pasa de largo. No hay calor. No hay alimento suficiente. No hay con qué.

Qué desafiante se ponen las mujeres cuando se les critica como madres. Yo creo que deberíamos aprender de los espejos. Cuando se nos ve la nariz ganchuda y la escoba y la olla humeante. Es una fruslería pretender que las mujeres somos sabias. O que tenemos la posta de nada. Las mujeres somos seres superdotadas de responsabilidades pero infradotadas emocionales.

Hay una gran discrepancia entre lo que se nos atribuye y aquello de lo que somos capaces.

Tal vez a los hombres les pase lo mismo.

Nunca los he escuchado blanquear sus debilidades. Sólo lamentarse de la mala suerte que han tenido porque alguna mujer les cagó la vida.

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