Son abanicos: uno los despliega y aparecen bichos y
fantasmas en las ranuras. Con el sueño de la noche se espabila. Aparece una pregunta, en torno a la que gira como un
satélite o una mosca. Soñó con el Holocausto. Hitler y sus secuaces tomaban su pueblo. Se escondían en la casa de su abuela. Su cuarto ya no lo era. Había sido usurpado.
Durante el final de esa guerra. En tiempos de la
restauración cuando las víctimas civiles quedan atrapadas en la pobreza, en lugar de comer, lo
único que hacía era regurgitar. Y se preguntaba como uno se pregunta en los sueños: ¿ésto
es un vómito? Brutal devolución, sin náuseas, con alivio, de un gran supernumerario. Como un bibliotecario, se deshizo de los volúmenes comidos por las ratas. O de los relatos con olor a humo y alquitrán.
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La historia
siempre fue su pasión. Una enfermedad al borde de la internación. Indiferencia y exceso. Frases circulando por las arterias como eritrocitos con exceso de verdad.
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